Hoy me he levantado
somnoliento porque en las ultimas noches me han llamado de madrugada
. Y como siempre no me han contestado. Le he dicho a mi madre que
tenia miedo:
-No te preocupes hija esto
son bromas pesadas, seguramente de algún gracioso.
-Ya mamá pero no se donde
le ven la gracia.
-Yo tampoco hija. Es de muy
mal gusto.
-Vale pero, ¿hoy puedo ir a
dormir con unas amigas a ver si se cansan de llamar?
-Está bien, no hay
problema.
Cuando llegué a casa de mis
amigas, volví a recibir una llamada. Parecía provenir de un lugar
lejano porque al fondo se oían voces como el francés que se habla
en la orilla derecha del Sena, la opuesta a la nuestra. Mis amigas y
yo nos pusimos a pensar a quién podíamos conocer de la otra orilla.
Mi amiga Laura tenía parientes allí y mi amiga Marta que había
vivido allí antes de mudarse a la nuestra. Recordaba que en su
anterior colegio le había dado su número para estar en contacto.
Cuando caímos en ello, las llamamos. Al cogerlo, nos dijeron que
ellas no llamaron. Pero, sí habían llamado varias veces las últimas
noches a una veterinaria famosa de la orilla izquierda, porque su
mascota había enfermado y ella era la única que podía salvarla. Y
cuando le fuimos a preguntar su nombre, no se acordaban. Al final
ellas se dieron cuenta de que el número al que llamaban era el mio y
no el de su veterinaria. En ese momento nos dimos cuenta de que eran
ellas. Todo había sido un malentendido. Cuando ser lo conté a mí
madre, sonrió y se sentó al lado de la chimenea.